miércoles, 7 de noviembre de 2012

Un baño

Su baño. No creo que él entienda lo trascendental de su propio baño.

Un cerrojo desconocido y ligeramente oxidado que no se sabe si realmente funciona. Unos colores pálidos de cerámicas elegidas probablemente por su mamá, así como la sucia jabonera encima del lavamanos en la que conviven peligrosamente una pastilla de jabón y una afeitadora.

Bajo la tapa y me siento sin pudor. Un baño más. Aquí todo se desmitifica y se desbarata. Normal. Eres tan normal como este baño.

Y esa pastilla de jabón verde pastel. ¿Ese jabón lo compraste tu? ¿Bajo qué criterio, a ver? ¿De verdad crees en que la sábila es mejor que la avena?

El tubo de pasta de dientes está apretado por la mitad. Y hay un halo blanco alrededor del drenaje del lavamanos. Cero neurosis. Me viene bien.

Y siempre. Siempre, encima de esa pastilla gastada de jabón: un pelo.

¿Cual es mi relación con ese pelo?
Quizá no nos hubiésemos cruzado nunca, pero aquí estamos: ese pelo y yo. ¿Qué tiene ese pelo? ¿De dónde viene? ¿Me da asco? ¿Será uno de los que termine encontrando en mi ropa mas tarde?
¿O en mi pecho?
¿O en mi boca?

Ese cotidiano pelo en el jabón ni me agrada ni me desagrada. Es un pelo. Tuyo, imagino. Que en medio de la palabrería, y los tragos, y la música, las miradas y las risas aparece para bajarte de tono.

Qué raro. Ese pelo dice mucho mas de lo que probablemente dirás tu. Y es solo un pelo.





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