miércoles, 17 de noviembre de 2010

fiftitri

Verdaderamente extasiada por el interés en próximos posts para el blog. Hacen que esta media noche sea poética en lugar de patética a pesar de un hambre que me carcome y de un dolorcito fuerte en los tobillos por andar consolándome de mi falta de ejercicio formal mediante caminatas en punta de pie por las escaleras del metro, ya no de Caracas, sino de Barcelona, dónde la llegada a cada estación se anuncia con un frío mensaje grabado en lugar de la característica y risueña voz de un criollo diciendo: "Estacionsfipaloverdhe".

No hay post personal para hoy aunque por ahí viene, lo que hay es un cuento de un amigo, ganador de un premio nada piedrero, y merecedor de una entrevista en la tele catalana en chores y cholas. Leerlo para mí fue viajar a otra década, y eso está bueno cuando en estos tiempos de siglas 07,08,09,10... nos sentimos medio perdidos. Go, Nico.

"53" por Nicolás Manzano. http://www.flickr.com/photos/nikkomanzano/4922235099/


(Ganador del 1er concurso Gràcia: mira-la i conta-la)
Es innegable que con el pasar de los años, cualquier cambio que amenace nuestro espacio nos resulta hostil y aterrador. Pero arrastra consigo una frecuencia sonora casi inaudible, que nos despierta del siempre silencioso letargo de la cotidianidad.

Aquel domingo no había podido asistir Jordi Arnau; mi habitual compañero de juego y vecino de toda la vida del Carrer Montmany. En su lugar habíamos decidido invitar a un desconocido del barrio; un solitario anciano que solía frecuentar La Plaza del Diamante. Boris Lancaster era su nombre.

La mirada perdida y 4 rondas dispersas carentes de toda lógica, me llevaron a pensar que el Sr. Lancaster no tenía la mas mínima noción de lo que significa jugar dominó en equipo. Quizás sea la senilidad, pensé.
Tradicionalmente, durante el desarrollo del juego no se permite intercambiar ninguna palabra, a fin de evitar que los miembros de un mismo equipo se comuniquen entre sí. Motivado por el poco nivel de juego que había en la mesa, decidí pasar por alto aquel principio ¿A qué se dedica usted Sr. Lancaster? Le pregunté. Todos se miraron por un instante que pareció eterno, pero él no emitió palabra alguna. Encendí un cigarrillo, volví a detallarlo, y me convencí de que podía ganar la partida sin él. 

Al terminar aquella ronda, me pidió que apagara el cigarrillo y me contestó: solía ser profesor, pero ahora soy jubilado. Era la primera vez que la mirada de aquel sujeto parecía estar enfocada ,y como Pep seguía removiendo las fichas, me dio tiempo para soltarle un par de consejos sobre el juego. 

Esa ronda la ganamos, corroborando lo evidente; si a partir de ese momento me concentraba y dejaba de pensar colectivamente, yo ganaría la partida, e incluso la idea de repartir créditos con aquel anciano, no me molestaba demasiado.
El azar me había traído una mano excelente; e inmediatamente, había tomado el control de los dos extremos de la mesa. Me sentía seguro y excitado, como quién oculta una gran verdad. Aproveché que frente a nosotros pasó una pequeña niña como excusa para liberar mi sonrisa, volví la mirada hacía la mesa; todavía sonriente, y la mano del Sr. Boris Lancaster aún tapaba la ficha que acababa de dejar en la mesa ¿Qué has hecho? Le pregunté, ¡Has trancado el juego! Pep y Gonzalo sonreían mientras iniciaban el conteo de las fichas, el anciano se levantó de la mesa, cogió su maletín, y sin ver ni una sola ficha dijo: no hace falta que cuenten las nuestras; las de ustedes, caballeros, suman 53.
Luego de eso me cogió por el hombro, se despidió de todos con una sonrisa, y se fue caminando lentamente en dirección a La Plaza. Pep y Gonzalo comprobaron que la sumatoria era cierta, y nunca más volvimos a verlo.