sábado, 12 de noviembre de 2011

the romanian name for paracethamol

Día 9.

No entendí qué sentía pero algo no estaba funcionando. No terminaba de estar completamente cómoda y reconocerlo me costó, porque uno debería sentirse cómodo siempre en estos momentos de la vida. Un viajero sin preocupaciones, con apertura todos los días las 24 hrs. Uno debería poder apreciar todo y sentir gratitud siempre, ¿no?

No. Esta vez no fue así y está bueno también decir eso. Cero soulsearching romántico, en esas 5 ó 6 hrs inquietas en la mitad de Transilvania.

Tuve mis momentos de brillo, cómo no, como los veinte tranquilos minutos que pasé en el cementerio en completa paz o la subida por aquellas escaleras viejas construidas para que los feligreses fuesen a misa y no se mojaran bajo la lluvia y agarrasen una vergonzosa neumonía, o el viaje en tren desde Bucarest, o estas ganas que no se me quitan de volver.

Sin embargo, en ese momento la sensación era de incertidumbre; con una percepción que traté de sacudirme de las personas del pueblo, como seres que vivieron cosas terribles o que les contaron sobre cómo su familia vivió cosas terribles y temen vivirlas ellos mismos. Sí sentí eso. Una actitud como de: "no sé, por favor no me preguntes tanto". Intranquila. Como pocas veces me he sentido en casa donde lo que más hay es intranquilidad.

Fue además demasiado tiempo para un pueblo tan pequeño y pensando que quería, me forcé a agarrar un tren a Brasov solo para llegar a la estación y darme cuenta de que me quería regresar. Qué vergüenza. Qué poco intrépida. Porque entre la fiebre que somaticé descaradamente y la incertidumbre, preferí devolverme a Sighisoara, a mi mesa en el café de las tortas de chocolate curiosas, donde las dos turistas inglesas con las piernas peludas hablaban sobre sus divorcios. Rodaban además una peli en la calle principal, completamente cerrada para turistas durante todo el día. Me uní a un grupo de turistas judíos indignados y ahí estuve, sin entender una sola palabra, pero asintiendo con decisión cuando la que asumo era la líder del grupo le manoteaba en la cara al asistente de producción. De más está decir, que disfruté de la versión especial del Hava Nagila que tres personajes del pueblo le montaron al pequeño grupo de judíos decepcionados. Faltaban sólo tres Harleys y un orangután suelto para cerrar el cuadrito surrealista.

Di vueltas, wifi, más vueltas, leer, otra vuelta más, wifi, tiendas de souvenirs, Vlad Dracul, wifi, ida a la estación de tren para asegurarme que tendría un compartimiento para dormir (gasté 7 euros en 4 viajes de taxi ida y vuelta a la estación) "Gara, Piaţa Citate, Gara, Piaţa Citate" wifi, pollo relleno con paprika, vuelta, y finalmente me senté en el banco central de la Ciudadela a sentir un poquito de desamparo. Mal humor. O hablaba con alguien (o con algo) o se venía el llanto de bebesota.

Loco time. Agarré la cámara y decidí registrar el bajón. Durante un minuto aproximadamente le hablé a la cámara. De lejos la imagen mía no podía ser nada más sino friqueante. Estuvo buena la catársis pero no fue suficiente.

Un grupo de turistas gringos se sentó a mi lado. Ya saben, gorros de safari, bermudas caqui, cholas con medias, camisas a cuadros. Oí a una señora que decía que no se sentía muy bien. Yo, entre mi paranoia de comprar fármacos en países demasiado desconocidos, había estado sobreviviendo mi leve malestar a punta de té del hostal... Así que en aras de establecer el diálogo y mantener mi sanidad mental vino el clásico: "Sorry, I couldn't help over hearing your conversation..." (ja!) "...i've been feeling pretty bad myself and I just wanted to know if maybe you knew where can I find a pharmacy and what is the romanian name for Paracethamol?"

La culpa no es de Sighisoara, ni de Transilvania. Fue este bajón viajero, que nunca pensé en contar, porque los viajeros no se preocupan por el nombre en rumano del paracetamol ni temen ser mordidos por perros con rabia.

jueves, 3 de noviembre de 2011

El honesto 26

Si me dieran un bolívar por cada vez que aparezco en este blog diciendo: "Sé que he estado ausente, estoy en un momento de poca inspiración, no tengo tiempo, qué cagada, lo juro que volveré", no sería millonaria, pero probablemente pueda comer fuera en Caracas durante una semana (que es casi como ser millonario). 


La inconsistencia y la falta de seriedad son mis molinitos de viento. Eso lo sé.


Anyway. En otro de mis intentos por volver con ustedes (y conmigo), estuve jurungando notas que no había subido, o que tenía que editar, o que estaban perfectamente listas pero que por idioteces decidí no publicar. Como por ejemplo la siguiente.


Hace un año y piquito se aproximaban las elecciones parlamentarias del 26 de Septiembre, había un aire de "todo el mundo sonría y vote y cállese la boca", la desesperación de tener alguna posibilidad de cambio era tal que uno podía sentir que una crítica podía desmantelarle el sistemita a muchísima gente que aseguraba confiar en los candidatos. O bueno, al menos eso sentí yo. Ante esa presión, escribí algo y por no ir contra el mood general, no lo publiqué. 


No es gran cosa, pero para mí fue un momento muy adolescente, de peer pressure total.


Hoy, un año después y en cercanas vísperas de próximos procesos electorales: ¿somos los mismos?


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Caracas, 22 de Septiembre de 2010.

Este es un mensaje para los que fingen no dudar. Quienes no duden, pues bravo!

Yo quiero que nos sinceremos.

Quiero que nos dejemos de poses que busquen demostrarle a los demás que somos "especiales" y que somos alegres y que nos caracteriza una gran calidez humana, cuando en realidad hoy, podemos picar el aire con un cuchillo de lo violentos y alejados que estamos.

Quiero vernos con la cara realmente metida en el barro, reconocida en el barro, aprendida desde el barro y callada desde el barro. Pero lo que veo es un gran desastre cubierto con margaritas y guirnaldas, como si las canciones y los videos graciosos pudiesen tapar lo triste que será votar este Domingo 26.

Quiero que hablemos del gran elefante que hay en la habitación: nuestras opciones son espantosas, así que dejémonos de actos y fanfarrias, votemos y ya.

Porque una vez que nos digamos esto de frente y nos miremos a los ojos, pondremos nuestras manos en las rodillas y nos levantaremos más preparados para lo que viene, ya que no estaremos tratando de creer algo que no es verdad.

No niego que haya gente que genuinamente piense que nuestros candidatos son la mejor opción, pero joder, puedo apostar que hay más gente que cree lo contrario y votará igual, como yo; con los ojos cerrados, con una verguenza pesada y con una elegante resignación, que bajo ningún concepto significa tirar la toalla, sino jugar con las piezas que hay para intentar acercarnos a alguna versión de jaque mate.

Este voto no va a ser un voto alegre y mientas más negación haya y menos espacio para los que piensan así, más deprimente y pastosa será la situación. Porque no sólo es objetivamente complicada, sino que además me quieren decir que Antonio Ledezma y Enrique Mendoza son nuestra cereza sobre el pastel. Me quieren mirar a la cara y decirme que esto es lo mejor que pudimos hacer. Gente que conozco y que sé que piensa así, cree por alguna razón que el remedio a la depresión colectiva es negar que son patéticos y sacar una triste alegría de donde no la tienen.

¿Que estamos arrechos, hartos, cansados, adoloridos, hastiados? Claro que sí, entonces úsemoslo. Los venezolanos somos más inteligentes de lo que creemos, y no hace falta mentirnos descaradamente y fingir satisfacción. Si algo nos tienen que enseñar estas elecciones es que los candidatos no pueden ser vendidos como trapitos calientes, porque en lugar de aminorar el hastío lo amplifican, porque la gran mayoría piensa en el fondo:

¿De verdad? ¿ENRIQUE MENDOZA? Tanto manoteo y tanto "debate" y tanta consigna en las marchas ¿POR ENRIQUE MENDOZA?

Entonces, reconozcamos la patética situación de nuestras opciones y con este reconocimiento miremos hacia adelante, créanlo o no, con confianza, con honestidad y con los brazos verdaderamente abiertos.

¿Que hay que hacerlo? Sí. Hay que hacerlo, los votos importan e importarán. Pero no me digan que me entusiasme, no me hablen más de la cuenta, no me idealicen estas elecciones. Mientras más honestos seamos con nosotros mismos, mejor.