miércoles, 7 de julio de 2010

avestruces

Recomendado acompañante sonoro: "Farewell" de Polmo Polpo

Cuando pasamos demasiado tiempo con la cabeza en la tierra como avestruces no nos damos cuenta de la inmensa posibilidad de dar un pasito atrás y de contemplarnos, desde afuera, desde arriba. El ajetreo citadino puede llevarnos a creer que esa tierra caliente, en la que nuestra cabeza se acomoda, es la única realidad que importa. Mi tierra, mi cabeza embuida en ella, mis gusanos, mi ajetreo, mi vida.

Pero de vez en cuando podemos sacar la cabeza de ese hoyo absurdo, pero sin duda necesario, para recibir aire de verdad en la cara, para aproximarnos a eso que "de verdad importa", que ni me hace falta definirlo (esta reflexióncita es casi fija en este blog)

Fue hace días, un torrencial violentísimo que cayó sobre Caracas lo que me hizo sacar la cabeza de la tierra. Estaba sentada en la mesa de un restaurant al aire libre y en la mesa de al lado una adolescente acompañada por su padre discutía a toda voz lo que quería para su fiesta de 15 años. Este señor, mínimo, absolutamente disminuido, asentía y asentía.

Comienza a llover... a cántaros, con truenos. Rayos y relámpagos se veían clarito desde donde estábamos. Y así, mientas más fuerte tronaba, más duro gritaba la niña, mientras más agua caía, más manotazos daba sobre la mesa. De repente parece que estoy presenciando una especie de contrapunteo entre los gritos de una adolescente malcriada y los truenos de la tormenta que en serio parecía estarle diciendo "¡Cállate la boca!".

Sin darme cuenta, con el trueno en mis oídos, pensé: cómo es posible que demos vueltas y vueltas alrededor de una misma estupidez, de una sofisticación moderna como cuántos centros de mesas van a haber, o si llegaremos a la fiesta encima de una caballo blanco con un cuerno dorado, o si vamos a radiar a los invitados, o si mi blackberry tiene la perla del color incorrecto, mientras afuera la tormenta pareciera decirnos que el mundo sigue siendo el mismo. Los truenos truenan desde hace siglos, los relámpagos relampaguean en Caracas o en Jakarta, y la lluvia cae con o sin lunes bancario. Ese tronazo parecía una señal para bajarle dos, para calmarse, para tener perspectiva.

Me dio una paz loquísima la idea de que las tormentas han ocurrido siempre y han sido experimentadas por miles de personas a lo largo de la historia... y de una forma completamente arbitraria, quise pensar que la tormenta que callaba los alaridos de la quinceañera, era una de las maneras más poéticas y conmovedoras de conectarnos con el pasado, con lo más elemental y poco complicado. No importa el nivel del berrinche, el trueno puede venir y callar toda la miniteca.

Salirnos del hoyo tiene que ser un hábito tan importante como meternos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

me encanta, ya siento lo mismo caundo veo los pajaritos volar alto en el cielo

Jose dijo...

Si, las quinceañeras malcriadas.

Por otra parte es cierto, la mayoría de las veces las personas prefieren verse inmersas en una burbuja de falsa felicidad temporal mientras todo lo demás cae, que afrontar la realidad y accionar contra ella.

Te digo, que si nos quedamos de brazos cruzados les haremos mas fácil el trabajo de atarnos.