viernes, 4 de septiembre de 2009

Y es que no entiendo tanto a mi Caracas...

Todos lo sabemos.

Estar en un país que no es el propio y regresar tiene un efecto introspectivo bien bien loco, pero bien útil.

Salir del remolino del que nos quejamos absolutamente TODOS los días, de esa masa viscosa en la que creemos estar metidos que no tiene solución o sentido, pero que vemos como una especie de tío ladilla, que es nuestro tío al fin, y que lo queremos un pelín porque suele echarnos buenos cuentos, pero cuando se emborracha es insoportable... en fin, salir de ese remolino a otro suelo que ya no "nos pertenece", es (en lo personal) como subir a una montaña muy alta y desde arriba, observar. Observar como quién ve un hormiguero. Todas las hormigas pequeñitas cargan su comida, otras hacen caminitos, otras mentan madre en la cola, otras aparecen en la tele diciendo estupideces, etcétera, etcétera.

Y nosotros estamos arriba, con una brisa tranquila que nos despeja la mente, sin ninguna bandera, sin ningún juicio, tratando de comprender porqué "aquí sí y allá no" pero con perspectiva y sin pasiones locas y comunes. Con templanza, pues, a lo aristotélico.

En esa montaña me pregunté yo, qué es lo que valoro en una ciudad. Entre muchas cosas, una es la capacidad de algunas ciudades de auto-preservación. No tiene nada que ver con que sea Europa o un país desarrollado. Se trata de un reconocimiento por algo del pasado, no solo porque es del pasado, sino porque tiene un valor intrínseco, y dicho reconocimiento implica cuido y respeto. Un edificio. Una calle. Una tienda. Una plaza.

Una ciudad así es como una persona que se enorgullece por las cosas que logró, sean cuales sean. Un edificio (ojo, no cualquiera) hermosamente diseñado y construido al estilo modernista de principios de siglo no es sólo eso, hay arte, esfuerzo y detalle detrás. En la estructura se hace evidente el disfrute y sí, por cursi que suene, el amor del arquitecto, del constructor, del albañil, al momento de crearlo. Una ciudad que valora, reconoce esto y lo preserva, hace todo en su poder para cuidarlo y mantenerlo durante años. Por lo tanto, así como las personas pueden ser íntegras, las ciudades también.

Cabrujas hablaba de Caracas como una ciudad en la que no pueden existir recuerdos, una ciudad que destruye en lugar de construir, y ayudándome un poco con este gran pensamiento, que ya ha ayudado a otros en muchísimas oportunidades, creo que he logrado entender porqué a veces maltripeamos tanto aquí.

Una ciudad que no preserva lo que alguna vez pudo haber sido universalmente hermoso o importante, es una ciudad que no valora, al menos en los términos en los que estamos acostumbrados a valorar. Es una ciudad con una gran incapacidad para abrazar sus logros. Una ciudad con personalidad, sin duda, pero sin autoestima. Y nada más desesperante que alguien que es bien depinga, pero que no sabe que lo es. Por eso la frustración y consecuentemente, la desidia. Le pedimos una y otra vez a Caracas que sea lo que "sabemos que puede ser" y no ocurre y entonces pasamos por la nostalgia constante: "El centro es brutal, pero está demasiado deteriorado".. "La plaza de los museos era demasiado fina cuando estaba pequeño..." "Yo iba a Sabana Grande en carnaval". Esta es una ciudad que no se está reconociendo, que de la basura ha creado más basura, y que se hace pipí en los edificios brutales de hace años. Y es obvio que el tono político actual ayuda muy poco.

Evidentemente, Caracas no es un sujeto que toma decisiones, es la gente, y no sólo la que la administra sino la que la vive, la que salpica con su forma de actuar a la ciudad. No es sólo el que convierte el Teresa Carreño en un centro de mítines, es el de la camioneta a todo volumen en El Hatillo. Y no es sólo una calle, un edificio, una plaza la que podemos añorar. Quizá también sea una institución, una política pública, una tradición... Un modo.

Como siempre cierro sin respuesta sino con interrogantes... En la medida en la que le decimos a este pana una y otra vez que puede ser increíble porque lo conocemos, porque sabemos de su potencial, porque LO HA HECHO ANTES, y éste no hace nada al respecto porque está sumido en una súper depresión o porque es así y ya, nos ladillamos y nos deprimimos nosotros. O sea... ¿será que tenemos que dejar de pedirle a Caracas que sea mejor y tenemos que dejarla que sea y ya? Pero... ¿No es desolador eso también?

2 comentarios:

araya dijo...

jeje qué cúl tu post. me gusta mucho porque yo he pasado mucho tiempo de mi vida intentando definir a caracas. pero nunca la entiendo. es como una jeva con demasiado baggage y peos mentales.
pero es una visión muy lúcida la tuya y la verdad es que no hay otra manera de amar a caracas sino con esa resignación de enfermo terminal.
y magia.
saludotes.

Claudia Lizardo dijo...

...yeah! Me chequèe tu blog y con tu permiso, va para mis sitios recomendados, el último post es como un heladito para la mente.