(Texto de abril de 2016)
Si estuvieses aquí te diría que la canasta familiar alimentaria subió a 54.204,69 bolívares y el dólar a 637.
Te diría que esto pareciera estar por reventar pero que ya no me atrevo a asegurar nada. Hablaríamos
sobre lo rápido de los acontecimientos y yo trataría de darle sentido a eso mientras tú, probablemente,
te lamentes y cites a mi abuelo entre tus características palabras agobiadas.
Nos pudiésemos ir a comer una pizza margarita con champiñones sin maíz, a la que seguramente le
pondrías sal mientras te apresuras a llevarte un pedazo demasiado grande a la boca. Te pediría que te
calmes, que por comer así te ahogaste hace unos años con un pedazo de pollo y un ravioli. Eso te daría risa, porque te gusta ser tu propio bufón. Me tomarías la mano.
En el espaldar de la silla pondrías tu bolso de cuero y tu bata colgada. Porque basta que camines por la calle de blanco para que alguna vieja se desmaye y tengas que atenderla.
También te diría que a veces mi convicción me traiciona. Que sueño con arrancarme un rato como todo el mundo. Salir a caminar a las 8pm de cualquier tarde de Agosto y tomarme un vino barato, como hice varias veces cuando estuve lejos. Te lo confesaría solo a ti porque sé que no me lo vas a discutir, porque sueles ratificar casi cualquiera de mis anhelos.
Estoy cansada, eso también te lo diría. Sé que estoy haciendo lo que “debería estar haciendo”, pero me canso.
Y me cansa que no estés como estabas. Me cansa tener que enseñarte a vivir y me cansa aún más (y me asusta) darme cuenta de que no tengo ganas de convencerte.
Si estuvieses aquí te diría que la canasta familiar alimentaria subió a 54.204,69 bolívares y el dólar a 637.
Te diría que esto pareciera estar por reventar pero que ya no me atrevo a asegurar nada. Hablaríamos
sobre lo rápido de los acontecimientos y yo trataría de darle sentido a eso mientras tú, probablemente,
te lamentes y cites a mi abuelo entre tus características palabras agobiadas.
Nos pudiésemos ir a comer una pizza margarita con champiñones sin maíz, a la que seguramente le
pondrías sal mientras te apresuras a llevarte un pedazo demasiado grande a la boca. Te pediría que te
calmes, que por comer así te ahogaste hace unos años con un pedazo de pollo y un ravioli. Eso te daría risa, porque te gusta ser tu propio bufón. Me tomarías la mano.
En el espaldar de la silla pondrías tu bolso de cuero y tu bata colgada. Porque basta que camines por la calle de blanco para que alguna vieja se desmaye y tengas que atenderla.
También te diría que a veces mi convicción me traiciona. Que sueño con arrancarme un rato como todo el mundo. Salir a caminar a las 8pm de cualquier tarde de Agosto y tomarme un vino barato, como hice varias veces cuando estuve lejos. Te lo confesaría solo a ti porque sé que no me lo vas a discutir, porque sueles ratificar casi cualquiera de mis anhelos.
Estoy cansada, eso también te lo diría. Sé que estoy haciendo lo que “debería estar haciendo”, pero me canso.
Y me cansa que no estés como estabas. Me cansa tener que enseñarte a vivir y me cansa aún más (y me asusta) darme cuenta de que no tengo ganas de convencerte.
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