lunes, 8 de abril de 2013

Don Tolstoi y sus mujeres

"Ya iba a lanzarme en persecución del otro, cuando me acordé de que hubiera sido ridículo correr descalzo a la caza del amante de mi mujer, y no quería ser ridículo: quería ser terrible."


Dale play antes de leer


Esto que suena en el video anexo es Beethoven. Esta es la Sonata para violín n.º 9, comúnmente conocida como la Sonata a Kreutzer. Tiene tres movimientos hilados por un inquieto violín que, después de leer la obra homónima de Tolstoi, se siente como las voces dentro de una mente ansiosa. Argumentan, razonan, se angustian, se arrepienten, piden perdón, argumentan ahora con gritos, se desploman, se calman a ellas mismas.

Esta pieza fue originalmente dedicada al violinista, George Bridgetower, quien acompañó a Beethoven en el violín el día del estreno. Horas después, en el after party, Bridgetower con unos tragos encima y con el levita arrugado, se mandó unos comentarios impertinentes con una mujer que acompañaba ese día a Beethoven. 

Mala idea. Se apoderaron de Ludwig las voces aviolinadas y lo eliminó de la dedicatoria. En su lugar puso el nombre de Rodolphe Kreutzer, otro gran violinista de la época. 

Otra mujer (mismas voces), es la que desencadena en el protagonista del libro, un monólogo bestial sobre el matrimonio y el sexo como la peor de las costumbres, cuya música de fondo tiene que continuar siendo la sonata n.º 9.  Un hombre pensando en voz alta desde la culpa, la rabia y la moral, que lo justifica todo.

Y como el hilo conductor de estos hombres tormentosos pareciera ser siempre una mujer que los desencaja, la última y más importante es Sonya, esposa de Tolstoi y madre de sus trece hijos; a quien él mismo llamó "su enfermedad". Tolstoi cargaba con una buena cantidad de demonios y a mitad de los 30 hizo una conversión espiritual muy similar a la que hacen un preso con la religión evangélica: sustituir obsesiones. Terminó igual, por lo que su desplazamiento de males no sirvió de mucho. Los culpables eran los mismos.



Adagio sostenuto



En la historia, como en Beethoven, todo empieza bien. Eran los primeritos años del amor, los besos locos y en este caso, la cómoda ignorancia del otro. La vida juntos cargada de fotos familiares, momentos mediocres de postal, gastos compartidos, hijos en la escuela y pagos a la criada, empieza a formarse junto con un desprecio terrible que se embotelló. Dos válvulas de escape: los gritos y los orgasmos, ambos con rabia (contrapuntea el violín con el piano).

 

Adagio



Así, el malestar del día a día es irracionalmente adictivo y queriendo escapar de esta persona pasa lo contrario. La cela aún más porque o somos miserables los dos o ninguno. Somos las bestias de carga del otro y de aquí no te vas. 


Presto



Y entonces, el clímax (que ni de vaina voy a revelar). El de los celos, el de los gemidos con rabia, el del crimen y el de la culpa. Todo el libro es un clímax. No sabes si terminas agotado o excitado.

Fucking russians...



Vuelvo oficialmente al proyecto luego de un mes complejo y con sus tormentos, como los personajes en estos libros.

Para este regreso la lección es clara: dejarse de mariqueras. Empiezo a madurar y a dejar mis rebeldías a juro de lado. Para ello voy a leer un libro al que le huí durante mucho tiempo: Rayuela. 

Ojalá pudiese decir que le huí por razones menos malcriadas, pero fue puro punk barato de bachillerato. Pero bueno, madurando estamos y el momento es perfecto porque cumple 50 anios y hay que darle una probadita.


Chao, Tolstoi, take it easy.







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