viernes, 12 de abril de 2013

quiero hacer un paréntesis


Hay un cuento de cuando tenía cinco o seis años, de una conversación con mi mamá sobre una inquietud rarísima que me obsesionó por mucho tiempo. 

La frase clave de la conversa era: 
Mamá. Tengo miedo… Tengo miedo de ser… puta!!!”. 
Cinco años, CINCO.

Hoy entiendo que tenía un miedo enorme a sentir atracción por los clásicos instintos sexuales primerizos. Veía una película que me parecía sexy y pensaba que iba a ser una puta, normal. Tan normal como creer que los bebés vienen de que un hombre le haga pipí adentro a una mujer. Children stuff.

Hoy ya no hay tanto miedo pero más locura.

Hoy hay veces en las que sin querer, como ahora, pasan por mi cabeza muy rápidamente las imágenes más depravadas posibles en la vida del universo galáctico. Es algo que a veces trasciende lo sexy y es sólo… depravado. No hay otra manera de ponerlo. Estos glimpses de perversión vienen y van. Y cuando tengo suficiente conciencia como para darme cuenta de lo que me estoy imaginando, y lo que es peor, cuando empiezo a ponerle rostros a los involucrados, tengo que hacer algo, algún gesto físico que detenga esta locura. Generalmente es una sacudida de cabeza, un apretón de párpados. Cualquier cosa que detenga esa sinapsis extraña.

Y no es que vengo pensando en algo y voy hilando una historia que termine vinculada con la depravación. No. Es que de repente estoy comprando harina pan y pienso en Nicolás Maduro con mi prima menor y un mapache. Y esto es light. Una foto, pues. Un capture, cero historia ahí para desarrollar. Y no lo disfruto, es una cuestión de cuán lejos puedo llegar.



Back to Cortázar. Perdón...


lunes, 8 de abril de 2013

Don Tolstoi y sus mujeres

"Ya iba a lanzarme en persecución del otro, cuando me acordé de que hubiera sido ridículo correr descalzo a la caza del amante de mi mujer, y no quería ser ridículo: quería ser terrible."


Dale play antes de leer


Esto que suena en el video anexo es Beethoven. Esta es la Sonata para violín n.º 9, comúnmente conocida como la Sonata a Kreutzer. Tiene tres movimientos hilados por un inquieto violín que, después de leer la obra homónima de Tolstoi, se siente como las voces dentro de una mente ansiosa. Argumentan, razonan, se angustian, se arrepienten, piden perdón, argumentan ahora con gritos, se desploman, se calman a ellas mismas.

Esta pieza fue originalmente dedicada al violinista, George Bridgetower, quien acompañó a Beethoven en el violín el día del estreno. Horas después, en el after party, Bridgetower con unos tragos encima y con el levita arrugado, se mandó unos comentarios impertinentes con una mujer que acompañaba ese día a Beethoven. 

Mala idea. Se apoderaron de Ludwig las voces aviolinadas y lo eliminó de la dedicatoria. En su lugar puso el nombre de Rodolphe Kreutzer, otro gran violinista de la época. 

Otra mujer (mismas voces), es la que desencadena en el protagonista del libro, un monólogo bestial sobre el matrimonio y el sexo como la peor de las costumbres, cuya música de fondo tiene que continuar siendo la sonata n.º 9.  Un hombre pensando en voz alta desde la culpa, la rabia y la moral, que lo justifica todo.

Y como el hilo conductor de estos hombres tormentosos pareciera ser siempre una mujer que los desencaja, la última y más importante es Sonya, esposa de Tolstoi y madre de sus trece hijos; a quien él mismo llamó "su enfermedad". Tolstoi cargaba con una buena cantidad de demonios y a mitad de los 30 hizo una conversión espiritual muy similar a la que hacen un preso con la religión evangélica: sustituir obsesiones. Terminó igual, por lo que su desplazamiento de males no sirvió de mucho. Los culpables eran los mismos.



Adagio sostenuto



En la historia, como en Beethoven, todo empieza bien. Eran los primeritos años del amor, los besos locos y en este caso, la cómoda ignorancia del otro. La vida juntos cargada de fotos familiares, momentos mediocres de postal, gastos compartidos, hijos en la escuela y pagos a la criada, empieza a formarse junto con un desprecio terrible que se embotelló. Dos válvulas de escape: los gritos y los orgasmos, ambos con rabia (contrapuntea el violín con el piano).

 

Adagio



Así, el malestar del día a día es irracionalmente adictivo y queriendo escapar de esta persona pasa lo contrario. La cela aún más porque o somos miserables los dos o ninguno. Somos las bestias de carga del otro y de aquí no te vas. 


Presto



Y entonces, el clímax (que ni de vaina voy a revelar). El de los celos, el de los gemidos con rabia, el del crimen y el de la culpa. Todo el libro es un clímax. No sabes si terminas agotado o excitado.

Fucking russians...



Vuelvo oficialmente al proyecto luego de un mes complejo y con sus tormentos, como los personajes en estos libros.

Para este regreso la lección es clara: dejarse de mariqueras. Empiezo a madurar y a dejar mis rebeldías a juro de lado. Para ello voy a leer un libro al que le huí durante mucho tiempo: Rayuela. 

Ojalá pudiese decir que le huí por razones menos malcriadas, pero fue puro punk barato de bachillerato. Pero bueno, madurando estamos y el momento es perfecto porque cumple 50 anios y hay que darle una probadita.


Chao, Tolstoi, take it easy.