Suena un despertador a las 8 de la mañana de ése sábado. "Párate, Roberto", dice ella, él farfulla algo y se vuelve hacia el otro lado. "Párate, coño, que hay que llevar a los niños al centro comercial".
Luego de una perezosa arreglada de la madre y de un café mal hecho por el padre, los niños se visten con la ropa que en Diciembre les regaló la abuela, el bebé es apretujado en una sillita para el carro y salen todos por la puerta.
Hay cola por Bello Monte hasta la Ppal. de Las Mercedes y Roberto no pierde la oportunidad para verle el culo a cada mujer que deja atrás mientras maneja. La madre se arregla un poco más el lapiz labial mientras los niños atrás se caen a taparazos con el trancapalanca. Poco a poco se percibe el sonido de un bajo, un bum-bum que resuena desde Las Mercedes. A medida que se aproximan se distinguen otros sonidos: una batería electrónica, unos sintetizadores con beats maiameros y la voz chillona de un boricua desubicado que tiene la amabilidad de explicarnos el complicado arte de tirar con la ropa.
Un personaje misterioso y admirable que suda dentro de un muñeco gigante felpa de Tribilín saluda incesantemente a los pilotos de la cola en Las Mercedes ."No hay puesto en esta mierda..." dice Roberto y se estaciona en el rayado de la calle de frente al Centro Comercial. "Tengo haaaaaaaambre" chilla la niña. "Ya estamos yendo, María Fernanda, ¿te puedes calmar?" replica la madre.
Todos sentados en una mesa rodeados de setencientos noventa y tres mil familias que mastican papas fritas, sorben coca-cola y sudan ketchup por los poros; unos se resignan ante la aparente imposibilidad de estar en otro lado y a otros ni les pasa por la cabeza, éste es el único sitio donde deben estar y no tiene nada de malo.
En medio de alaridos de bebés desesperados, corretean miles y miles de niños como hámsters enjaulados, a lo lejos... colchones inflables adornan la Plaza Alfredo Sadel y mientras un niño vomita lo que quedó del algodón de azúcar en el linóleo amarillo encima de una niña pisoteada por dos púberes de 15 años que se metieron en el castillo inflable, tres tristes, TRISTÍSIMAS payasitas pintan globitos de pintura escarchada en las mejillas de un niño de 3 años.
Consumo sin sentido al máximo, lo que sea para mantener al carajito quieto y para algunos padres, quitarse de encima el sentimiento de culpa de no compartir con ellos. Para otros esto es lo que hay y ya. Nos toca. Qué parque ni qué nada, vamos a las maquinitas y tu mamá y yo nos sentamos en aquel banquito a terminarnos los tequeños.
No es un sábado cualquiera... hoy es día del niño.
Luego de una perezosa arreglada de la madre y de un café mal hecho por el padre, los niños se visten con la ropa que en Diciembre les regaló la abuela, el bebé es apretujado en una sillita para el carro y salen todos por la puerta.
Hay cola por Bello Monte hasta la Ppal. de Las Mercedes y Roberto no pierde la oportunidad para verle el culo a cada mujer que deja atrás mientras maneja. La madre se arregla un poco más el lapiz labial mientras los niños atrás se caen a taparazos con el trancapalanca. Poco a poco se percibe el sonido de un bajo, un bum-bum que resuena desde Las Mercedes. A medida que se aproximan se distinguen otros sonidos: una batería electrónica, unos sintetizadores con beats maiameros y la voz chillona de un boricua desubicado que tiene la amabilidad de explicarnos el complicado arte de tirar con la ropa.
Un personaje misterioso y admirable que suda dentro de un muñeco gigante felpa de Tribilín saluda incesantemente a los pilotos de la cola en Las Mercedes ."No hay puesto en esta mierda..." dice Roberto y se estaciona en el rayado de la calle de frente al Centro Comercial. "Tengo haaaaaaaambre" chilla la niña. "Ya estamos yendo, María Fernanda, ¿te puedes calmar?" replica la madre.
Todos sentados en una mesa rodeados de setencientos noventa y tres mil familias que mastican papas fritas, sorben coca-cola y sudan ketchup por los poros; unos se resignan ante la aparente imposibilidad de estar en otro lado y a otros ni les pasa por la cabeza, éste es el único sitio donde deben estar y no tiene nada de malo.
En medio de alaridos de bebés desesperados, corretean miles y miles de niños como hámsters enjaulados, a lo lejos... colchones inflables adornan la Plaza Alfredo Sadel y mientras un niño vomita lo que quedó del algodón de azúcar en el linóleo amarillo encima de una niña pisoteada por dos púberes de 15 años que se metieron en el castillo inflable, tres tristes, TRISTÍSIMAS payasitas pintan globitos de pintura escarchada en las mejillas de un niño de 3 años.
Consumo sin sentido al máximo, lo que sea para mantener al carajito quieto y para algunos padres, quitarse de encima el sentimiento de culpa de no compartir con ellos. Para otros esto es lo que hay y ya. Nos toca. Qué parque ni qué nada, vamos a las maquinitas y tu mamá y yo nos sentamos en aquel banquito a terminarnos los tequeños.
No es un sábado cualquiera... hoy es día del niño.
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