Éste es el cortometraje de mi amigo Ja, el es un muchacho bien chévere, así... artista, y tiene una barba y es vasco. El hace estas cosas para su carrera universitaria y mijita, no sabes cómo se luce. Eso lo que es es un diamantico en bruto como quien dice.
Con ustedes: "La Parábola Perfecta"
Starring: Víctor Romero, Pablo Loyzaga, Antonio Delli, Claudia Lizardo y el niñito.
La Parábola Perfecta
Cargado por arturoalmenar. - Videos de arte y animación.
domingo, 25 de julio de 2010
martes, 20 de julio de 2010
Somos jarabe de maiz de alta fructosa
Suena un despertador a las 8 de la mañana de ése sábado. "Párate, Roberto", dice ella, él farfulla algo y se vuelve hacia el otro lado. "Párate, coño, que hay que llevar a los niños al centro comercial".
Luego de una perezosa arreglada de la madre y de un café mal hecho por el padre, los niños se visten con la ropa que en Diciembre les regaló la abuela, el bebé es apretujado en una sillita para el carro y salen todos por la puerta.
Hay cola por Bello Monte hasta la Ppal. de Las Mercedes y Roberto no pierde la oportunidad para verle el culo a cada mujer que deja atrás mientras maneja. La madre se arregla un poco más el lapiz labial mientras los niños atrás se caen a taparazos con el trancapalanca. Poco a poco se percibe el sonido de un bajo, un bum-bum que resuena desde Las Mercedes. A medida que se aproximan se distinguen otros sonidos: una batería electrónica, unos sintetizadores con beats maiameros y la voz chillona de un boricua desubicado que tiene la amabilidad de explicarnos el complicado arte de tirar con la ropa.
Un personaje misterioso y admirable que suda dentro de un muñeco gigante felpa de Tribilín saluda incesantemente a los pilotos de la cola en Las Mercedes ."No hay puesto en esta mierda..." dice Roberto y se estaciona en el rayado de la calle de frente al Centro Comercial. "Tengo haaaaaaaambre" chilla la niña. "Ya estamos yendo, María Fernanda, ¿te puedes calmar?" replica la madre.
Todos sentados en una mesa rodeados de setencientos noventa y tres mil familias que mastican papas fritas, sorben coca-cola y sudan ketchup por los poros; unos se resignan ante la aparente imposibilidad de estar en otro lado y a otros ni les pasa por la cabeza, éste es el único sitio donde deben estar y no tiene nada de malo.
En medio de alaridos de bebés desesperados, corretean miles y miles de niños como hámsters enjaulados, a lo lejos... colchones inflables adornan la Plaza Alfredo Sadel y mientras un niño vomita lo que quedó del algodón de azúcar en el linóleo amarillo encima de una niña pisoteada por dos púberes de 15 años que se metieron en el castillo inflable, tres tristes, TRISTÍSIMAS payasitas pintan globitos de pintura escarchada en las mejillas de un niño de 3 años.
Consumo sin sentido al máximo, lo que sea para mantener al carajito quieto y para algunos padres, quitarse de encima el sentimiento de culpa de no compartir con ellos. Para otros esto es lo que hay y ya. Nos toca. Qué parque ni qué nada, vamos a las maquinitas y tu mamá y yo nos sentamos en aquel banquito a terminarnos los tequeños.
No es un sábado cualquiera... hoy es día del niño.
Luego de una perezosa arreglada de la madre y de un café mal hecho por el padre, los niños se visten con la ropa que en Diciembre les regaló la abuela, el bebé es apretujado en una sillita para el carro y salen todos por la puerta.
Hay cola por Bello Monte hasta la Ppal. de Las Mercedes y Roberto no pierde la oportunidad para verle el culo a cada mujer que deja atrás mientras maneja. La madre se arregla un poco más el lapiz labial mientras los niños atrás se caen a taparazos con el trancapalanca. Poco a poco se percibe el sonido de un bajo, un bum-bum que resuena desde Las Mercedes. A medida que se aproximan se distinguen otros sonidos: una batería electrónica, unos sintetizadores con beats maiameros y la voz chillona de un boricua desubicado que tiene la amabilidad de explicarnos el complicado arte de tirar con la ropa.
Un personaje misterioso y admirable que suda dentro de un muñeco gigante felpa de Tribilín saluda incesantemente a los pilotos de la cola en Las Mercedes ."No hay puesto en esta mierda..." dice Roberto y se estaciona en el rayado de la calle de frente al Centro Comercial. "Tengo haaaaaaaambre" chilla la niña. "Ya estamos yendo, María Fernanda, ¿te puedes calmar?" replica la madre.
Todos sentados en una mesa rodeados de setencientos noventa y tres mil familias que mastican papas fritas, sorben coca-cola y sudan ketchup por los poros; unos se resignan ante la aparente imposibilidad de estar en otro lado y a otros ni les pasa por la cabeza, éste es el único sitio donde deben estar y no tiene nada de malo.
En medio de alaridos de bebés desesperados, corretean miles y miles de niños como hámsters enjaulados, a lo lejos... colchones inflables adornan la Plaza Alfredo Sadel y mientras un niño vomita lo que quedó del algodón de azúcar en el linóleo amarillo encima de una niña pisoteada por dos púberes de 15 años que se metieron en el castillo inflable, tres tristes, TRISTÍSIMAS payasitas pintan globitos de pintura escarchada en las mejillas de un niño de 3 años.
Consumo sin sentido al máximo, lo que sea para mantener al carajito quieto y para algunos padres, quitarse de encima el sentimiento de culpa de no compartir con ellos. Para otros esto es lo que hay y ya. Nos toca. Qué parque ni qué nada, vamos a las maquinitas y tu mamá y yo nos sentamos en aquel banquito a terminarnos los tequeños.
No es un sábado cualquiera... hoy es día del niño.
viernes, 9 de julio de 2010
la de esta noche
"Though breathlike, get deathlike at times
And there's no use in tryin'
To deal with the dyin'
Though I cannot explain that in lines"
"To Ramona" de Dylan
And there's no use in tryin'
To deal with the dyin'
Though I cannot explain that in lines"
"To Ramona" de Dylan
miércoles, 7 de julio de 2010
avestruces
Recomendado acompañante sonoro: "Farewell" de Polmo Polpo
Cuando pasamos demasiado tiempo con la cabeza en la tierra como avestruces no nos damos cuenta de la inmensa posibilidad de dar un pasito atrás y de contemplarnos, desde afuera, desde arriba. El ajetreo citadino puede llevarnos a creer que esa tierra caliente, en la que nuestra cabeza se acomoda, es la única realidad que importa. Mi tierra, mi cabeza embuida en ella, mis gusanos, mi ajetreo, mi vida.
Pero de vez en cuando podemos sacar la cabeza de ese hoyo absurdo, pero sin duda necesario, para recibir aire de verdad en la cara, para aproximarnos a eso que "de verdad importa", que ni me hace falta definirlo (esta reflexióncita es casi fija en este blog)
Fue hace días, un torrencial violentísimo que cayó sobre Caracas lo que me hizo sacar la cabeza de la tierra. Estaba sentada en la mesa de un restaurant al aire libre y en la mesa de al lado una adolescente acompañada por su padre discutía a toda voz lo que quería para su fiesta de 15 años. Este señor, mínimo, absolutamente disminuido, asentía y asentía.
Comienza a llover... a cántaros, con truenos. Rayos y relámpagos se veían clarito desde donde estábamos. Y así, mientas más fuerte tronaba, más duro gritaba la niña, mientras más agua caía, más manotazos daba sobre la mesa. De repente parece que estoy presenciando una especie de contrapunteo entre los gritos de una adolescente malcriada y los truenos de la tormenta que en serio parecía estarle diciendo "¡Cállate la boca!".
Sin darme cuenta, con el trueno en mis oídos, pensé: cómo es posible que demos vueltas y vueltas alrededor de una misma estupidez, de una sofisticación moderna como cuántos centros de mesas van a haber, o si llegaremos a la fiesta encima de una caballo blanco con un cuerno dorado, o si vamos a radiar a los invitados, o si mi blackberry tiene la perla del color incorrecto, mientras afuera la tormenta pareciera decirnos que el mundo sigue siendo el mismo. Los truenos truenan desde hace siglos, los relámpagos relampaguean en Caracas o en Jakarta, y la lluvia cae con o sin lunes bancario. Ese tronazo parecía una señal para bajarle dos, para calmarse, para tener perspectiva.
Me dio una paz loquísima la idea de que las tormentas han ocurrido siempre y han sido experimentadas por miles de personas a lo largo de la historia... y de una forma completamente arbitraria, quise pensar que la tormenta que callaba los alaridos de la quinceañera, era una de las maneras más poéticas y conmovedoras de conectarnos con el pasado, con lo más elemental y poco complicado. No importa el nivel del berrinche, el trueno puede venir y callar toda la miniteca.
Salirnos del hoyo tiene que ser un hábito tan importante como meternos.
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