lunes, 10 de agosto de 2015

5 lecciones re-aprendidas con Hotel



Escuche mientras lea:

Últimamente he tenido la suerte de tener unos increíbles momentos de lucidez. Esto no me pasaba antes. Desde hace un par de años pareciera que el cielo se abriese y puedo ver las cosas con una claridad que encandila. Encandila tanto que abruma, abruma tanto que paraliza, paraliza tanto que cuesta registrarla, no se registra y no se comunica, y así… Es la tragedia de ese tipo de lucidez, que baja como un hilo fino, que si no lo sujetas, se bate con el viento y sale volando. Y puede que vuelva pero puede que no.

Mis días en este lugar los vivo saltando de revelación en revelación, cayendo de tanto en tanto en clásicas ansiedades. Y aunque no es constante la llegada de esas revelaciones, son tan perfectas que hacen llevadera la realidad. Es lo que da sentido a las caricias y a las patadas de lo cotidiano. Soy afortunada y doy las gracias siempre que veo las cosas con esa claridad.

Hace poco vi las cosas así otra vez. Volví a entender todo. De hecho, entendí tanto que pensé que estaba perdiendo la cabeza. Las ideas y las certezas que tuve con la llegada de esa lucidez me removieron como una marea.

La marea está un poco más asentada, ya no estoy tan revuelta de palabras y sensaciones. Creo que ya puedo expresar lo que hace dos días era imposible.

Este hilo bajó el sábado en forma de las canciones de Diego García. Hotel se llama su proyecto. Y estas son mis proyecciones…   
                   
Las letras de Hotel me reiteraron la importancia de observar lo que nos rodea con curiosidad pero también con gratitud; en medio de este huracán de país, vi a un individuo exprimir el mejor jugo de un limón aparentemente seco.

Entendí que la realidad está servida para interpretarla de la manera en que prefiramos, lo que no implica jamás negarla, sino todo lo contrario: otorgarle sentido. No niego el humo, no niego el caos, no niego mi rabia, no niego mi miedo, no niego las eventuales ganas de huir, ni las ganas de quedarme. La maravilla de Hotel es que me recuerda la posibilidad de habitar de significado cada paso que nos toque caminar.

Vi a alguien conmovedoramente sincero. Expuesto a referencias, modas y vaivenes, pero firme como un roble en toditico él.

Vi a un individuo que no pareciera ser víctima de nada ni de nadie. Me recordó que no quiero vivir en lamentaciones ni indignaciones estériles, no quiero rezongar en: “¿por qué este chaparrón me cae encima?”. Entendí una vez más la importancia de vivir con propósito pero sin pretensión, de usar la realidad y de que ella no nos use a nosotros. Sus letras me ayudan a seguirme levantando, porque me recuerdan que siempre podré.

Diego sabe relatarse con humildad, con un pie en la tierra y con una mano firme sujetando ese fino hilo de lucidez, con la sencillez del que camina descalzo por el lago pero con la profundidad de quien esconde diamantes en las olas.


Estaré eternamente agradecida a Hotel por recordarme que mientras me poble de sentido, nunca estaré sola.




martes, 7 de julio de 2015

trampolín 1.

Me hice grande cuando perdí las ganas de ficcionarme y el miedo a no tener historias que contar.

Me agotaba la necesidad de presentarme como alguien más interesante, más cómica, más elocuente. Con más experiencias y más frases.

Fui buena elaborándome. Funcionó; tanto, que ser quien pensé que era se convirtió en una responsabilidad, en un deber, no serlo implicaba demoler una estatua, una que yo misma construí a punta de "suspicacias".

No podía derribarme a "mi misma", ¿cómo se supone que lo haría? Más fácil era desparecer.

Ansié muchas veces que alguien me dijera que no hacía falta tanto trabajo.

Hasta que un día, no me tomó tanto tiempo elegir qué ponerme, ni qué tweet enviar. Un día no conté historias, no saqué fotos. Empecé a viajar sin relatarlo, a conocer gente diferente sin publicitarme como tolerante.Y así fue.

Me hice grande cuando dejé de buscar el escándalo donde no se me perdía. Dejé de emborracharme sin ganas, dejé de ceder ante la versión de mi misma que me señalaba. Dejé de salir cada viernes en búsqueda de nada. Dejé de obligarme a las seducciones. Dejé de intentar hacer memorable todo, cada fiesta, cada chico, cada encuentro. Dejé de alardear sobre esos encuentros, dejé de añadir números a la lista, dejé de pensarme menos audaz por mi cantidad.


Esta persona sin respuesta constante, sin el punch-line ni la referencia, esta persona así, sin astutas defensas, sin lecciones que enseñar, soy yo.


martes, 24 de febrero de 2015

juntos en esto de ser problema.


La noticia aparecía en un recuadro en mi feed de Facebook, seguida de una lista de fotos de celebridades bañadas con luz azul, diez momentos "WTF" de los Oscar, alguien poniéndose nostálgico con un video de los 90 y los mejores vestidos de la Semana de la Moda en NY.

Un niño de 14 años había sido asesinado por un oficial de la PNB en una manifestación en el Táchira. Catorce años. Yo a los catorce años estaba con mi novio del colegio, con mi injustificada pero divertida rebeldía punketa, con mis ruedos largos. Fue lo primero que pensé.

He criticado siempre esta frase tan de moda en la coyuntura: "Nos estamos acostumbrando". Me parece que no asume responsabilidad personal, que mete a media población en un saco con una suerte de superioridad ecuménica. No me parece útil ni sincera. Nunca parte de un reconocimiento propio del que vive este país, pareciera que al decirlo, la persona se suspendiera por los aires, hace tres juicios pendejos y baja de nuevo.

La desconfianza en los medios tradicionales por el sesgo y la misma desconfianza por la información difusa de las redes, hizo callo en la mente de muchas personas que deben transitar las calles de este país todos los días. Y ahora formamos parte de una realidad virtual rara, de una masa amorfa de datos, que pocas veces comprobamos. Y cuando sí los logramos comprobar, los metemos en la mochila y seguimos pateando calle, porque hay que seguirla pateando para cambiarla. 

Me enteré sobre Kliver Roa por suerte. Y de los cinco estudiantes, me enteré por un comentario de un amigo en Twitter. Me enteré por ser parte de una generación con nuevos medios, por tener la habilidad para manejarme en ellos.  Mi mamá, por ejemplo, quien no maneja Facebook, no sabía nada. Me vi a mí misma en veinte minutos hablando de otra cosa. Abriendo otros links, teniendo una ligera amnesia que no pedí, que a veces funcionaba para hacer llevadero el día a día. Me vi a mi misma olvidando todo en horas.

De repente fui consciente de que era sin quererlo, parte del problema. Y que como problema, tenía que seguir tratando de resolverme.