En tercer año de
la universidad estudiamos a Parménides. Lo que en varias clases ya yo
descartaba como algo imposible de comprender se me manifestó una noche en
medias y camisola en mi cama. Se relajaron las pretensiones y en el medio de la
más tranquila ingenuidad entendí porqué el cambio es aparente y “todo permanece”.
Grité: “¡DE BOOOOOLAS!” y me sentí increíble.
Ahora mismo no
entraré en transmitir lo que comprendí. En este caso, yo con mi entendimiento
tengo. Lo importante es que esa cuesta está caminada y que se añade el logro
del entendimiento de Parménides a esa lista de cosas que hacer antes de morir.
A esa cajita que va acumulando pepitas de oro, en la que hay libros, momentos,
besos y borracheras.
Tenía tiempo sin
entrar en ese estupor hasta que comencé a leer este libro. Ya no por lograr la
comprehensión intelectual sino por sentirme un poquito merecedora de estar en los
zapatos del autor. Esto pasa a momentos porque no es fácil y sigo jugando con
paciencia y sin ponerme límites. Es entonces un entendimiento un poquito menos
concreto pero igualmente celebrable.
Este libro no
trata de atraparme ni yo trato de que me atrape; esos correteos se los dejo a los que están por venir y además, ya estoy vieja pa’ la gracia. Esto se
disfruta como un soufflé: por lo que es. En el momento en el que la página se
abre y no se añora cuando se cierra. Es una persona con todas sus mañas y regalos y quebrantos y cosas bonitas, la cosa es cómo se las toma el que lee. Uno termina satisfecho de haber tendido la
mano al capítulo y que al pasar al siguiente, tengas una ligera sonrisita algo pendeja.
Status terminado.
Salud.