Tenía que llevar una alfombra a la tintorería. Una alfombra grande, pesada y grande. Ir a la tintorería tiene en mí el mismo efecto que ir, por ejemplo, a una ferretería. No me gusta. No veo nada interesante en ir a ninguno de esos sitios. Ir a una farmacia es fino. Ir a un auto-lavado es súper fino. Ir a una papelería es fino. Pero, ¿una tintorería?... no (tampoco me gustan los viveros).
El punto es que ya preparada para lo que iba a ser un momento fastidiosísimo en una tintorería, con gente con cara de burro dormido... me adentro hacia las callejuelas que se encuentran cerca de la Av. Libertador. Entro a un Quick Press.
Apenas entro, la chica que atiende me ve súper cargada y me viene a ayudar, pienso: "está bien, es amable...cool". Hay de fondo una musiquita finísima, como un jazz, sin llegar a ser jazz chimbo de sala de espera. Las paredes son de madera, de una madera cálida. El sitio es lindo, trabajan dos mujeres tranquilas atrás cosiendo. Hay silencio. Pero silencio cómodo. Sólo se respira una paz maravillosa. El chico de la caja me ve, sonríe (sin ser creepy o demasiado amable) me dice: "Hola, dime, ¿en qué te puedo ayudar?". Ya estoy atónita. Estoy en una burbuja finísima en el medio de Sabana Grande. Esperando a que me vea raro por mi cara de "¿what?", le digo: "Vine a lavar esta alfombra". "Claro, cómo no..." Hay caramelitos en un frasco de vidrio. Y agarro uno. Son demasiado ricos!. Y veo a mi alrededor. Hay montones de promociones y avisos de Quick Press, todos inteligentes y hasta graciosos. Lo usual en estos sitios es que yo me siento miserable por los que trabajan ahí y piense "Dioooos, qué ladilla trabajar aquí!" Pero no, aquí no pasó eso. Todos estaban de buen humor y estaba como felices.
Ya me estaban dando ganas de llorar. Era tan tan feliz! No podía creer que estar en un negocio así me haría sentir tan cómoda y plena y contenta! Sí se puede! Hay gente feliz!
Dejé la alfombra, les dí las gracias, y me fui pegando brinquitos a mi casa.